Nadia (I)
Eran las cuatro de la tarde, andaba
por una avenida, buscaba la casa que
había solicitado mis servicios, iba abstraída por el gentío que a esa hora
deambulaba de aquí para allá. Era un rio
de personas, un vaivén de olas amontonándose en la orilla, buscando la espuma blanca donde poder
descansar. De pronto ante mí una casa de
principios del siglo XX, se alzaba con todo su esplendor haciéndome cimbrar la
cabeza como negándome a entrar en aquel dominio un poco desconcertante.
Sobreponiéndome, llamé al timbre, un mayordomo correctamente uniformado
respondió a mi llamada abriéndome la puerta e invitándome a pasar al interior,
donde la casa tomaba forma y mostraba la buena conservación de esta. Era un
oasis en medio de una ciudad, espejismo quizás pero ante aquello te apetecía
echar anclas…
¿La señorita Nadia?, me pregunto:
¡Si soy Nadia!
La señora la está esperando en el
invernadero me dijo, el amable señor
Gracias, le contesté, devolviéndole
una sonrisa complaciente
Acompáñeme, le indicare el camino
Cruzamos por varias estancias
debidamente decoradas, parecía que en aquella casa el tiempo se hubiera
detenido, todo era confortablemente acogedor, me sentía profundamente atrapada
por una sensación de calidez como cuando
era niña y mi abuela me abrazaba para ausentarme mis miedos. Los recuerdos
volvieron a mí, tan cercanos que me estremecí de pies a cabeza. De repente ante
mí el invernadero, el cual pasaba por una serie de estancias perfectamente
decoradas, cómo si el tiempo se hubiese parado dejando todo perfectamente entre dos mundos completamente distintos
entre sí, de pronto el mayordomo se detuvo ante una puerta que daba a un
pequeño invernadero, la abrió diciendo:
-Al fondo madame Elisabeth la está
esperando-, me dijo
-Gracias-, le conteste al afable señor
Este desapareció de escena dejándome
ante un sorprendente colorido, arreglado como si de un decorado se tratase, las
orquídeas tenían un lugar preferente, rodeadas de todo tipo de flores exóticas,
los diferentes aromas acariciaban mi olfato y liberaban mi mente.
Una anciana con cara sorprendentemente
delicada me sonreía desde una mesa de mimbre blanca, dos tazas de té
esperaban en una porcelana exquisita,
cómo todo en aquel lugar, caminé hasta llegar a su altura y la miré esperando
su aprobación, ella me dijo:
-Siéntate, vamos a tomar un té y
luego te cuento para que te he hecho venir hasta aquí con tanta brevedad-, dijo
la amable señora
-Gracias señora, es usted muy
amable-, le contesté
Bebí con suma delicadeza aquella
infusión, saboreando cada sorbo al mismo tiempo que admiraba de cerca aquella
porcelana que potenciaba cualquier brebaje. Unas pastas de repostería
acompañaban aquella merienda como sellando aquel momento único.
-Bueno, prosiguió hablando Elisabeth,
voy a ponerte al corriente en que va a consistir tu trabajo en esta casa.
Quiero que escribas mis memorias, antes de dejar este mundo quiero poner sobre
papel mi vida transcurrida en él, debido a mi poca movilidad me gustaría que
vivieras aquí en la casa, como habrás visto es bastante confortable e
independiente para vivir las dos sin quitarnos libertad de movimientos-
-No tengo ningún inconveniente en
vivir aquí-, mi voz sonaba segura
Perdona a esta anciana, ¿cómo te
llamas querida?- su voz sonaba dulce
-Me llamo Nadia-, contesté
-Bonito nombre, ¿cuando puedes
empezar a trabajar? me preguntó:
-Mañana a las diez estoy aquí-,
contesté
-Me alegro, quiero empezar cuanto
antes, la vida es tan efímera que nunca se sabe…, más a esta edad-, y sonrió
. Me despedí de Elisabeth hasta el
día siguiente, ella se levantó estrechándome la mano, lo cual agradecí al comprobar
que aquello verdaderamente estaba pasando de verdad. Ya en la calle el suave
frio de la tarde despertó mi curiosidad por saber cómo había vivido aquella
anciana, ¿tendría marido, hijos, parientes? ¿A que se había dedicado toda la
vida? Tantas y tantas preguntas sin respuesta, alimentaban mi curiosidad por
saber más de aquella dama tan adorable.
Pero bueno poco a poco iría respondiéndome a medida que fuera escribiendo sus
memorias. El camino a casa fue largo pues solo pensaba como iba a vivir en aquella
casa rodeada de tanto refinamiento. Preparé mi ropa y todo lo necesario para
una temporada no definida y me acosté para levantarme pronto al día siguiente.
Ya en la cama pensé en mi nuevo trabajo
como escritora, era lo que siempre había deseado, escribir, contar historias a
la gente, pero por desgracia nunca lo había conseguido por falta de tiempo,
pues este lo dedicaba a trabajar para mantenerme, en aquella ciudad a la
cual llegue hacia ya dos años
A la mañana siguiente me levanté, preparé mi portátil y después de desayunar me
dirigí ilusionada a la casa de la
avenida donde se fraguarían todas mis ilusiones de ser una escritora
reconocida. El día había amanecido frio, sentí al instante una sensación gélida
apoderarse de mi cuerpo antes de subir al metro. El sol apareció lánguido dando
a aquella casa un aire majestuoso, distinguido, la contemplé un rato, con la
idea de retener en mis pupilas todo su esplendor antes de penetrar en su
interior. A mi llamada acudió el elegante y refinado mayordomo, el cual me
recibió con una cálida sonrisa:
-Pase señorita, la voy a acompañar a
sus aposentos-, dijo
Le seguí un poco aturdida por tanta distinción, aunque aquello
me gustaba no era usual el comportamiento tan gentil de la gente que habitaba
en aquella casa. Pasamos por dos salas vacías antes de adentrarnos en un
pasillo, era estrecho, una graciosa escalera de caracol daba paso a un precioso
estudio totalmente diferente al resto de la casa, aquello me hizo pensar que
allí quizás hubiese vivido alguien joven como yo-
- Espero que este todo a su gusto señorita
Nadia-, comentó con voz firme
-Perfecto-, fue mi contestación
-Por cierto me
llamo Alfonso, aquí tiene un timbre para llamarme cuando me necesite, ahora la
dejo para que pueda instalarse cómodamente, a las dos es el almuerzo, pasare por usted para acompañarla-,
sin más se despidió con un cordial saludo.
Me deje caer en
la cama antes de explorar todo aquello,
era un pequeño pero acogedor apartamento donde no faltaba nada que pudiera
echar en falta. Tenía un baño redondo con una enorme bañera. La luz natural
entraba a través de una cristalera de colores situada en parte central del
techo, los rayos solares penetraban formando olas en medio de un atardecer de primavera,
aquello era mágico, era como los ojos de cristal donde te puedes ver a través
de los ojos de Dios. Génesis pensé: Aunque la biblioteca era pequeña estaba
repleta de literatura de todos los géneros, una cocina culminaba aquella
vivienda original. Me di una ducha que me dejo completamente relajada antes de
bajar a comer, al salir del baño comprobé que encima de la cama había un kimono
verde con bordados en dorado y unas sandalias
bajas a juego, una nota que decía: No es necesario que se vista con esta ropa
es solo una sugerencia, lo cual ayudo en mi decisión de vestirme con aquella
preciosa bata, al contemplarme en el espejo pude ver una mujer que aunque se
parecía a mí, no era yo, claro que dentro de aquella ropa tan suave cualquiera
se ve diferente. Puntual como un reloj suizo apareció Alfonso para acompañarme
al comedor que resulto estar al lado del
invernadero, Elisabeth me esperaba ataviada con un quimono azul mar que hacia
juego con el azul de sus diminutos ojos, estos todavía mantenían un brillo
inusual para su avanzada edad. La puerta del invernadero estaba abierta emanando un flujo de olores y colorido que
invitaban a una paz interior donde todo
era posible.
-Perdona que no
me levante, ¿te gusta el estudio?-
-Si, es muy
cómodo-, conteste a su pregunta
-Me alegro que te
guste, esta tarde dispondremos todo para
empezar con mis memorias, ahora vamos a comer querida-
Estaba
hambrienta, cuando apareció una joven con un plato repleto de verduras
salteadas con un aromático olor a canela
-¿Qué le apetece
beber?- me preguntó la muchacha
-Lo que tome la
señora-, le contesté
Me sirvió una
copa de cava brut,
-Es de mi bodega
particular-, comentó Elisabeth
Aquella dama era
realmente sibarita en todos los aspectos, pensé. El segundo plato era fue de
pato con salsa de setas salteado con miel y frutas del bosque… Estaba en el
cielo, no podía estar en otro lugar… Saboreé cada bocado como si fuera el
último, sintiendo algo parecido a tocar las estrellas con las manos sin
esforzarme lo más mínimo. El postre,
mango con espuma de maracuyá todo regado con un licor de moras… La vajilla de
porcelana inglesa con un colorido rosáceo ponía el broche final a aquella
comida que pasaría a formar parte de mi herencia de recuerdos para toda la
vida. La comida término, espere alguna señal para levantarme perpetuando aquel
momento mágico.
-Señoras el té se
servirá en el invernadero- dijo la joven que había servido la comida.
Esperé a que se levantara la anfitriona, lo
hizo ayudada de un bastón de plata con un gracioso rostro de perro en nácar, a
pesar de sus años mantenía una figura esbelta, erguida y de una elegancia digna
de una princesa de antaño. Mi admiración
por aquella dama crecía a medida que iba conociéndola, pero también una ternura
hasta entonces adormecida en mi mecía mi corazón abrazando la posibilidad de llegar a quererla. Al
sentarse lo hizo ceremoniosamente, su bata se abrió dejando entre ver una botas
rosas con cordones de seda, recordando una escena de Fedora, una de mis
películas favoritas. La tarde paso rápida con los preparativos y, aunque me
adelanto algo de su vida decidimos empezar al día siguiente después del
desayuno. Al anochecer Elisabeth me invito a dar un paseo por el jardín, “para
alimentar nuestra retina” dijo sonriendo. El jardín tenía una amplia
gama de pinceladas de Monet, cada variedad estaba debidamente separada de la
otra variedad con un pasillo para dejar que los rayos solares iluminaran todo
dándole la luz necesaria para ser un espectáculo perfecto para cualquier ser
humano. Los últimos rayos de luz daban una tonalidad poética formando una
aureola de felicidad infinita. El manto verde por donde caminábamos acariciaba
los pasos suavemente. Mi acompañante iba delante, la seda de su bata se
contoneaba con la brisa del anochecer. De pronto se paró ante una pequeña
marquesina de hierro pintada en azul y dorado, toda ella abrazada por una
buganvilla color naranja, en el interior unos confortables cojines adamascados
en suaves colores eran todo el mobiliario que contenía, único, sublime, nos
sentamos suavemente, cómo para estropear aquella maravilla. El silencio fue
nuestro invitado en aquel anochecer que no necesitaba de las palabras para ser
inolvidable. Una música de violín flotaba
por todo el jardín envolviendo las notas que volaban libremente,
mientras la luma tímidamente aparecía por detrás de unos árboles iluminando
aquel paraje de ensueño. De pronto
Elisabeth comentó:
-¿Te apetece cenar?-
-Si, la verdad es
que tengo hambre-, respondí:
Mientras nos
acercábamos a la casa a través de los cristales del comedor pude ver que el
violinista era Alfonso, me quede maravillada… Allí nada parecía lo que era ¿o
tal vez sí?
Cenamos ligeramente,
unas verduras a la plancha, una piña con
fresas, esta vez tomamos agua con unas gotitas de azahar
-Mañana si quieres
podemos empezar sobre las diez de la mañana-, dijo Elisabeth
-Me parece que es
buena hora-, le contesté.
- Perdóname querida
pero a estas horas, me retiro a la piscina para leer un poco antes de
acostarme-
Comprendí su
indirecta.
- Yo también
necesito retirarme para preparar lo necesario para mañana-, buenas noches
-Buenas noches
Nadia-
A medida que me
acercaba a la habitación oí unos gemidos que venían del fondo del pasillo, me
acerqué para comprobar que no era mi imaginación y verdaderamente alguien gemía
atropelladamente mientras decía:
-¡Te quiero, te
quise y te querré!… no me dejes amor mío te lo ruego-
Una voz varonil le respondió:
-Yo no te convengo, tengo mujer e hijos y tú tienes toda la vida por delante,
mientras que la mía languidece inexorablemente-…
-Pero yo no soy
nada sin ti mi vida-, decía la mujer con desesperación.
La puerta se
abrió al mismo tiempo que yo me escondí detrás de las cortinas del pasillo para no ser sorprendida por aquel hombre que
ahora pasaba por mi lado y yo contenía la respiración para que no me oyera,
¡Dios mío!, aquello no podía ser verdad. Aquel hombre era un joven con un
extraño parecido con el mayordomo. Salí de mi escondite para dirigirme a mi
habitación con una sensación de haber
descubierto algo prohibido. Al llegar a la puerta de mi dormitorio respire como si me faltara el
aliento.
Siempre es un placer leer tus relatos. Me alegro mucho del nacimiento de tu blog, sabes que seré un fiel seguidor. Y si necesitas ayuda para lo que sea ya sabes que puedes contar conmigo. Besos.
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