lunes, 30 de abril de 2012

Relatos



Nadia (I)

Eran las cuatro de la tarde, andaba por una avenida, buscaba  la casa que había solicitado mis servicios, iba abstraída por el gentío que a esa hora deambulaba  de aquí para allá. Era un rio de personas,  un vaivén de olas  amontonándose en la orilla,  buscando la espuma blanca donde poder descansar.  De pronto ante mí una casa de principios del siglo XX, se alzaba con todo su esplendor haciéndome cimbrar la cabeza como negándome a entrar en aquel dominio un poco desconcertante. Sobreponiéndome, llamé al timbre, un mayordomo correctamente uniformado respondió a mi llamada abriéndome la puerta e invitándome a pasar al interior, donde la casa tomaba forma y mostraba la buena conservación de esta. Era un oasis en medio de una ciudad, espejismo quizás pero ante aquello te apetecía echar anclas…  
¿La señorita Nadia?, me pregunto:
¡Si soy Nadia!
La señora la está esperando en el invernadero me dijo, el amable señor
Gracias, le contesté, devolviéndole una sonrisa complaciente
Acompáñeme, le indicare el camino
Cruzamos por varias estancias debidamente decoradas, parecía que en aquella casa el tiempo se hubiera detenido, todo era confortablemente acogedor, me sentía profundamente atrapada por una sensación de calidez  como cuando era niña y mi abuela me abrazaba para ausentarme mis miedos. Los recuerdos volvieron a mí, tan cercanos que me estremecí de pies a cabeza. De repente ante mí el invernadero, el cual pasaba por una serie de estancias perfectamente decoradas, cómo si el tiempo se hubiese parado dejando todo perfectamente  entre dos mundos completamente distintos entre sí, de pronto el mayordomo se detuvo ante una puerta que daba a un pequeño invernadero, la abrió diciendo:
-Al fondo madame Elisabeth la está esperando-, me dijo
-Gracias-, le conteste al afable señor
Este desapareció de escena dejándome ante un sorprendente colorido, arreglado como si de un decorado se tratase, las orquídeas tenían un lugar preferente, rodeadas de todo tipo de flores exóticas, los diferentes aromas acariciaban mi olfato y liberaban mi mente.
 Una anciana con cara sorprendentemente delicada me sonreía desde una mesa de mimbre blanca, dos tazas de té esperaban  en una porcelana exquisita, cómo todo en aquel lugar, caminé hasta llegar a su altura y la miré esperando su aprobación, ella me dijo:
-Siéntate, vamos a tomar un té y luego te cuento para que te he hecho venir hasta aquí con tanta brevedad-, dijo la amable señora
-Gracias señora, es usted muy amable-, le contesté
Bebí con suma delicadeza aquella infusión, saboreando cada sorbo al mismo tiempo que admiraba de cerca aquella porcelana que potenciaba cualquier brebaje. Unas pastas de repostería acompañaban aquella merienda como sellando aquel momento único.
-Bueno, prosiguió hablando Elisabeth, voy a ponerte al corriente en que va a consistir tu trabajo en esta casa. Quiero que escribas mis memorias, antes de dejar este mundo quiero poner sobre papel mi vida transcurrida en él, debido a mi poca movilidad me gustaría que vivieras aquí en la casa, como habrás visto es bastante confortable e independiente para vivir las dos sin quitarnos libertad de movimientos-
-No tengo ningún inconveniente en vivir aquí-, mi voz sonaba segura
Perdona a esta anciana, ¿cómo te llamas querida?- su voz sonaba dulce
-Me llamo Nadia-, contesté
-Bonito nombre, ¿cuando puedes empezar a trabajar? me preguntó:
-Mañana a las diez estoy aquí-, contesté
-Me alegro, quiero empezar cuanto antes, la vida es tan efímera que nunca se sabe…, más a esta edad-,  y sonrió
.                Me despedí de Elisabeth hasta el día siguiente, ella se levantó estrechándome la mano, lo cual agradecí al comprobar que aquello verdaderamente estaba pasando de verdad. Ya en la calle el suave frio de la tarde despertó mi curiosidad por saber cómo había vivido aquella anciana, ¿tendría marido, hijos, parientes? ¿A que se había dedicado toda la vida? Tantas y tantas preguntas sin respuesta, alimentaban mi curiosidad por saber más de aquella  dama tan adorable. Pero bueno poco a poco iría respondiéndome a medida que fuera escribiendo sus memorias. El camino a casa fue largo pues solo pensaba como iba a vivir en aquella casa rodeada de tanto refinamiento. Preparé mi ropa y todo lo necesario para una temporada no definida y me acosté para levantarme pronto al día siguiente. Ya en la cama  pensé en mi nuevo trabajo como escritora, era lo que siempre había deseado, escribir, contar historias a la gente, pero por desgracia nunca lo había conseguido por falta de  tiempo,  pues este lo dedicaba a trabajar para mantenerme, en aquella ciudad a la cual llegue hacia ya dos años
A la mañana siguiente me levanté,  preparé mi portátil y después de desayunar me dirigí ilusionada a la  casa de la avenida donde se fraguarían todas mis ilusiones de ser una escritora reconocida. El día había amanecido frio, sentí al instante una sensación gélida apoderarse de mi cuerpo antes de subir al metro. El sol apareció lánguido dando a aquella casa un aire majestuoso, distinguido, la contemplé un rato, con la idea de retener en mis pupilas todo su esplendor antes de penetrar en su interior. A mi llamada acudió el elegante y refinado mayordomo, el cual me recibió con una cálida sonrisa:
-Pase señorita, la voy a acompañar a sus aposentos-, dijo
Le seguí un poco  aturdida por tanta distinción, aunque aquello me gustaba no era usual el comportamiento tan gentil de la gente que habitaba en aquella casa. Pasamos por dos salas vacías antes de adentrarnos en un pasillo, era estrecho, una graciosa escalera de caracol daba paso a un precioso estudio totalmente diferente al resto de la casa, aquello me hizo pensar que allí quizás hubiese vivido alguien joven como yo-
        - Espero que este todo a su gusto señorita Nadia-, comentó con voz firme
        -Perfecto-, fue mi contestación
       -Por cierto me llamo Alfonso, aquí tiene un timbre para llamarme cuando me necesite, ahora la dejo para que pueda instalarse cómodamente, a las dos es el  almuerzo, pasare por usted para acompañarla-, sin más se despidió con un cordial saludo.
       Me deje caer en la cama  antes de explorar todo aquello, era un pequeño pero acogedor apartamento donde no faltaba nada que pudiera echar en falta. Tenía un baño redondo con una enorme bañera. La luz natural entraba a través de una cristalera de colores situada en parte central del techo, los rayos solares penetraban formando  olas en medio de un atardecer de primavera, aquello era mágico, era como los ojos de cristal donde te puedes ver a través de los ojos de Dios. Génesis pensé: Aunque la biblioteca era pequeña estaba repleta de literatura de todos los géneros, una cocina culminaba aquella vivienda original. Me di una ducha que me dejo completamente relajada antes de bajar a comer, al salir del baño comprobé que encima de la cama había un kimono verde con bordados en dorado y unas  sandalias bajas a juego, una nota que decía: No es necesario que se vista con esta ropa es solo una sugerencia, lo cual ayudo en mi decisión de vestirme con aquella preciosa bata, al contemplarme en el espejo pude ver una mujer que aunque se parecía a mí, no era yo, claro que dentro de aquella ropa tan suave cualquiera se ve diferente. Puntual como un reloj suizo apareció Alfonso para acompañarme al comedor que resulto estar  al lado del invernadero, Elisabeth me esperaba ataviada con un quimono azul mar que hacia juego con el azul de sus diminutos ojos, estos todavía mantenían un brillo inusual para su avanzada edad. La puerta del invernadero estaba abierta  emanando un flujo de olores y colorido que invitaban  a una paz interior donde todo era posible.
      -Perdona que no me levante, ¿te gusta el estudio?-
      -Si, es muy cómodo-, conteste a su pregunta
      -Me alegro que te guste,  esta tarde dispondremos todo para empezar con mis memorias, ahora vamos a comer querida-
       Estaba hambrienta, cuando apareció una joven con un plato repleto de verduras salteadas con un aromático olor a canela
      -¿Qué le apetece beber?- me preguntó la muchacha
       -Lo que tome la señora-, le contesté
       Me sirvió una copa de cava brut,
      -Es de mi bodega particular-, comentó Elisabeth
      Aquella dama era realmente sibarita en todos los aspectos, pensé. El segundo plato era fue de pato con salsa de setas salteado con miel y frutas del bosque… Estaba en el cielo, no podía estar en otro lugar… Saboreé cada bocado como si fuera el último, sintiendo algo parecido a tocar las estrellas con las manos sin esforzarme lo  más mínimo. El postre, mango con espuma de maracuyá todo regado con un licor de moras… La vajilla de porcelana inglesa con un colorido rosáceo ponía el broche final a aquella comida que pasaría a formar parte de mi herencia de recuerdos para toda la vida. La comida término, espere alguna señal para levantarme perpetuando aquel momento mágico.
     -Señoras el té se servirá en el invernadero- dijo la joven que había servido la comida.
     Esperé a que se levantara la anfitriona, lo hizo ayudada de un bastón de plata con un gracioso rostro de perro en nácar, a pesar de sus años mantenía una figura esbelta, erguida y de una elegancia digna  de una princesa de antaño. Mi admiración por aquella dama crecía a medida que iba conociéndola, pero también una ternura hasta entonces adormecida en mi mecía mi corazón abrazando  la posibilidad de llegar a quererla. Al sentarse lo hizo ceremoniosamente, su bata se abrió dejando entre ver una botas rosas con cordones de seda, recordando una escena de Fedora, una de mis películas favoritas. La tarde paso rápida con los preparativos y, aunque me adelanto algo de su vida decidimos empezar al día siguiente después del desayuno. Al anochecer Elisabeth me invito a dar un paseo por el jardín, “para  alimentar nuestra retina” dijo sonriendo. El jardín tenía una amplia gama de pinceladas de Monet, cada variedad estaba debidamente separada de la otra variedad con un pasillo para dejar que los rayos solares iluminaran todo dándole la luz necesaria para ser un espectáculo perfecto para cualquier ser humano. Los últimos rayos de luz daban una tonalidad poética formando una aureola de felicidad infinita. El manto verde por donde caminábamos acariciaba los pasos suavemente. Mi acompañante iba delante, la seda de su bata se contoneaba con la brisa del anochecer. De pronto se paró ante una pequeña marquesina de hierro pintada en azul y dorado, toda ella abrazada por una buganvilla color naranja, en el interior unos confortables cojines adamascados en suaves colores eran todo el mobiliario que contenía, único, sublime, nos sentamos suavemente, cómo para estropear aquella maravilla. El silencio fue nuestro invitado en aquel anochecer que no necesitaba de las palabras para ser inolvidable. Una música de violín flotaba  por todo el jardín envolviendo las notas que volaban libremente, mientras la luma tímidamente aparecía por detrás de unos árboles iluminando aquel paraje de ensueño.  De pronto Elisabeth comentó:
    -¿Te apetece cenar?-
    -Si, la verdad es que tengo hambre-, respondí:
     Mientras nos acercábamos a la casa a través de los cristales del comedor pude ver que el violinista era Alfonso, me quede maravillada… Allí nada parecía lo que era ¿o tal vez sí?
    Cenamos ligeramente, unas verduras a la plancha, una piña  con fresas, esta vez tomamos agua con unas gotitas de azahar
    -Mañana si quieres podemos empezar sobre las diez de la mañana-, dijo Elisabeth
    -Me parece que es buena hora-, le contesté.
    - Perdóname querida pero a estas horas, me retiro a la piscina para leer un poco antes de acostarme-
      Comprendí su indirecta.
     - Yo también necesito retirarme para preparar lo necesario para mañana-, buenas noches
       -Buenas noches Nadia-
       A medida que me acercaba a la habitación oí unos gemidos que venían del fondo del pasillo, me acerqué para comprobar que no era mi imaginación y verdaderamente alguien gemía atropelladamente mientras decía:
     -¡Te quiero, te quise y te querré!… no me dejes amor mío te lo ruego-
      Una voz varonil le respondió:
     -Yo no te convengo, tengo mujer  e hijos y tú tienes toda la vida por delante, mientras que la mía languidece inexorablemente-…
      -Pero yo no soy nada sin ti mi vida-, decía la mujer con desesperación.
       La puerta se abrió al mismo tiempo que yo me escondí detrás de las cortinas del pasillo  para no ser sorprendida por aquel hombre que ahora pasaba por mi lado y yo contenía la respiración para que no me oyera, ¡Dios mío!, aquello no podía ser verdad. Aquel hombre era un joven con un extraño parecido con el mayordomo. Salí de mi escondite para dirigirme a mi habitación con una sensación de  haber descubierto algo prohibido. Al llegar a la puerta de mi  dormitorio respire como si me faltara el aliento.


1 comentario:

  1. Siempre es un placer leer tus relatos. Me alegro mucho del nacimiento de tu blog, sabes que seré un fiel seguidor. Y si necesitas ayuda para lo que sea ya sabes que puedes contar conmigo. Besos.

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