sábado, 26 de mayo de 2012


Morir no es nada, vivir lo es todo
        



         EL mar se abría al horizonte con sus enormes alas desplegadas, acariciando mi mirada con sus suaves olas cargadas de espuma blanca emanaba un mundo lleno de posibilidades. Como cada mañana, al amanecer me acercaba a la orilla para ver como los  barcos se aproximaban, lentos, ceremoniosos al puerto, sentada sobre aquel muro de piedra fría los miraba, como una novia al pie del altar con su corona de azahar sobre la cabeza , las manos temblorosas, llena de felicidad al ver junto a mí al  amor. Nunca perdía la esperanza, cada día era nueva. Renovada…
         El me había dado una noche, solo una noche, pero fue suficiente para entregarle toda mi vida…Era una tarde tranquila, las gaviotas volaban bajo dejando ver sus ceremoniosos vuelos majestuosos, cuando una voz ronca me preguntó:
         -¿Perdone señorita sabría decirme donde hay un sitio para tomar unas copas y divertirse un poco en esta ciudad?-
         Me gire para contestarle, cuando unos enormes ojos me miraban penetrándome y haciéndome temblar de nerviosismo. Trate sin conseguirlo tranquilizarme.
         -Justo enfrente, hay un pequeño pub muy agradable-, le contesté
         -Gracias señorita necesito un trago antes de pedirle…-
         Cruzó la calle como escapando de mí. Lo vi alejarse y quise retenerlo, pero el ya había cruzado la calle y entrado en aquel pub. Seguí caminando acariciando la idea  de estar con aquel hombre, que sin apenas conocerlo me había hecho sentir un calor sofocante, mi lengua rozó mis labios como si se tratara de los suyos, sintiendo un beso que me alimentó mi sediento cuerpo. Pensé en volver sobre mis pasos y entrar en aquel local para encontrarme con él pero una voz me decía: “Las mujeres no se entregan a un hombre la primera noche”, pero yo quería entregarme sin reservas…una lucha en mi interior se fraguó con un desenlace sobrecogedor. Di la vuelta y me dirigí hacia el lugar donde supuestamente estaba aquel marinero, abrí la puerta decidida, como si otra persona se  hubiese apoderado de mi cuerpo, el interior era oscuro lo cual impedía mi visualidad un poco. Me senté en la barra.
         -¿Qué desea señorita?-, me preguntó el camarero
         -Un gin tonic-, le contesté,
         En el primer trago, me sentí mejor y mire alrededor, buscando, pero no estaba, así que un poco desconcertada tomé mi copa, pagué y cuando estaba empujando la puerta para salir, un hombre entró haciéndome retroceder, era él, agache la mirada para que  no me reconociera, pero era tarde, tarde para cualquier otra cosa que no fuera…, mis pensamientos se paralizaron cuando me dijo:
         -¿Ya te vas?-
         No supe que contestar, me cogió del brazo y entramos los dos sumidos en una nube que nos llevaría a una noche llena de salvaje sexo, tan salvaje que aún hoy cuando lo pienso el calor invade todo mi cuerpo haciéndome revivir una y otra vez aquel duelo de amor.  
         Pero el tiempo había pasado y aquel marinero no volvió, tampoco ninguna noticia por más que preguntaba a todos los marineros nadie parecía conocerlo.
         La gente me llamaba la loca del puerto, pero no me importaba,  yo seguía esperando a mi amor día tras día
         Aquella mañana parecía como el fondo de un cuento de Lovecraft, la niebla no dejaba ver nada y el frio era sepulcral. Tenía miedo, así que decidí volver a la calidez del hogar, cuando un brazo débil me agarro, susurrándome a la oreja:
         -Llévame otra vez a tu lecho, envuélveme en tus alas, antes que la muerte me encuentre…Nunca he podido olvidarte, te quiero ahora y siempre-.
         Fui a abrazarlo pero la nada estaba a mí alrededor. Corrí hasta llegar a mi casa y darme una ducha caliente antes de coger una pulmonía. La chimenea con sus calidas llamas había calmado mi desesperación…Enchufé la televisión y una noticia me impactó: “Hombre indigente muere de frio en el puerto, sus restos serán incinerados mañana”. No pude escuchar más…un temblor invadió mi ser ¿SERIA EL?, Me abrigué para ir al encuentro de aquellos restos que a nadie parecían importarle. Cruce la ciudad hasta llegar al depósito. Un amable hombre me atendió, acompañándome hasta la sala donde podría ver a aquel hombre, ya en el interior un escalofrió me estremeció pero no desistí…Quería verlo, deseaba con todas mis fuerzas que no fuera el. La cámara se abrió y el cuerpo estaba delante de mí, contuve la reparación, desgraciadamente si lo era, aunque solo lo había visto aquella noche, lo sabía era él.
         -Dígame llevaba documentación encima-, le pregunté al amable señor
         -Si, ahora le daré sus pertenencias-, me contestó.
         Ya en el despacho me dijo:
         -¿Es usted familiar?-
         -No, no lo soy -
         -Está bien no importa, de todas formas nadie ha venido a reclamar sus restos-
         Cogí la bolsa negra y me dirigí a casa. Apretaba la bolsa junto al corazón emocionada, volviendo a sentirlo cerca. Subí las escaleras tan aprisa que me faltaba la respiración. Abrí la puerta, colgué el abrigo y me senté junto al fuego. Al fin abrí la bolsa, un abrigo viejo, zapatos, nada que me diera ninguna pista del porque estaba allí en mi ciudad el día de su muerte, me recline mirando las llamas extinguirse cuando algo me llevo a buscar en los bolsillos del abrigo. Allí olvidado por el tiempo un sobre con un nombre Genoveva. ¿Cómo había sabido mi nombre?, la abrí apresurada y empecé a leerla, en ella me contaba que su vida no había sido lo que esperaba…Al final me decía que me había querido más en una noche de lo nunca había querido a nadie…Terminaba diciendo:
         -Sé que mis días están contados y que la muerte me ronda pero antes quisiera decirte que me muero del sida, no sé cuando empezó si antes o después de conocerte…Solo fue una noche pero tenía que decírtelo, espero que me perdones como yo he intentado perdonarme…Soy un cobarde y aunque te he visto en el puerto jamás me atreví a acercarme a ti. Si al final lees mi carta es que habré fallecido…Solo te pido un último favor esparce mis cenizas cerca del puerto donde tú y yo hicimos el amor.
       Unas lagrimas asomaron a mis ojos…Al día siguiente tras la incineración esparcí sus cenizas cerca del puerto…Un poema de Benedetti acompaño aquellas cenizas…Hagamos un trato, naturalmente era mi poema favorito.
         Tras despertar aquella mañana me dirigí al hospital para hacerme todas las pruebas del sida
         Los resultados fueron positivos, era portadora pero no me asusté, la vida es un largo camino hasta la muerte y yo no iba a ser diferente. A partir de entonces iba solo de vez en cuando al puerto pero ya no miraba los barcos sino a la gente pasear y como no, las puestas de sol, agradeciendo cada día el poder ver todo aquello con ojos de la inocencia, pues como dijo Fellini: “Jamás pierdas la inocencia”.


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