Morir no es nada, vivir lo es todo
EL mar se abría al horizonte con sus enormes alas
desplegadas, acariciando mi mirada con sus suaves olas cargadas de espuma
blanca emanaba un mundo lleno de posibilidades. Como cada mañana, al amanecer
me acercaba a la orilla para ver como los barcos se aproximaban, lentos, ceremoniosos al
puerto, sentada sobre aquel muro de piedra fría los miraba, como una novia al
pie del altar con su corona de azahar sobre la cabeza , las manos temblorosas,
llena de felicidad al ver junto a mí al
amor. Nunca perdía la esperanza, cada día era nueva. Renovada…
El me había dado una noche, solo una noche, pero fue
suficiente para entregarle toda mi vida…Era una tarde tranquila, las gaviotas
volaban bajo dejando ver sus ceremoniosos vuelos majestuosos, cuando una voz
ronca me preguntó:
-¿Perdone señorita sabría decirme donde hay un sitio para
tomar unas copas y divertirse un poco en esta ciudad?-
Me gire para contestarle, cuando unos enormes ojos me
miraban penetrándome y haciéndome temblar de nerviosismo. Trate sin conseguirlo
tranquilizarme.
-Justo enfrente, hay un pequeño pub muy agradable-, le
contesté
-Gracias señorita necesito un trago antes de pedirle…-
Cruzó la calle como escapando de mí. Lo vi alejarse y quise retenerlo,
pero el ya había cruzado la calle y entrado en aquel pub. Seguí caminando
acariciando la idea de estar con aquel
hombre, que sin apenas conocerlo me había hecho sentir un calor sofocante, mi
lengua rozó mis labios como si se tratara de los suyos, sintiendo un beso que
me alimentó mi sediento cuerpo. Pensé en volver sobre mis pasos y entrar en
aquel local para encontrarme con él pero una voz me decía: “Las mujeres no se entregan a un hombre la primera noche”, pero yo
quería entregarme sin reservas…una lucha en mi interior se fraguó con un
desenlace sobrecogedor. Di la vuelta y me dirigí hacia el lugar donde
supuestamente estaba aquel marinero, abrí la puerta decidida, como si otra
persona se hubiese apoderado de mi
cuerpo, el interior era oscuro lo cual impedía mi visualidad un poco. Me senté
en la barra.
-¿Qué desea señorita?-, me preguntó el camarero
-Un gin tonic-, le contesté,
En el primer trago, me sentí mejor y mire alrededor, buscando,
pero no estaba, así que un poco desconcertada tomé mi copa, pagué y cuando
estaba empujando la puerta para salir, un hombre entró haciéndome retroceder,
era él, agache la mirada para que no me
reconociera, pero era tarde, tarde para cualquier otra cosa que no fuera…, mis
pensamientos se paralizaron cuando me dijo:
-¿Ya te vas?-
No supe que contestar, me cogió del brazo y entramos los dos
sumidos en una nube que nos llevaría a una noche llena de salvaje sexo, tan
salvaje que aún hoy cuando lo pienso el calor invade todo mi cuerpo haciéndome
revivir una y otra vez aquel duelo de amor.
Pero el tiempo había pasado y aquel marinero no volvió,
tampoco ninguna noticia por más que preguntaba a todos los marineros nadie
parecía conocerlo.
La gente me llamaba la loca del puerto, pero no me importaba,
yo seguía esperando a mi amor día tras
día
Aquella mañana parecía como el fondo de un cuento de Lovecraft,
la niebla no dejaba ver nada y el frio era sepulcral. Tenía miedo, así que
decidí volver a la calidez del hogar, cuando un brazo débil me agarro, susurrándome
a la oreja:
-Llévame otra vez a tu lecho, envuélveme en tus alas, antes
que la muerte me encuentre…Nunca he podido olvidarte, te quiero ahora y siempre-.
Fui a abrazarlo pero la nada estaba a mí alrededor. Corrí
hasta llegar a mi casa y darme una ducha caliente antes de coger una pulmonía.
La chimenea con sus calidas llamas había calmado mi desesperación…Enchufé la
televisión y una noticia me impactó: “Hombre
indigente muere de frio en el puerto, sus restos serán incinerados mañana”. No
pude escuchar más…un temblor invadió mi ser ¿SERIA EL?, Me abrigué para ir al
encuentro de aquellos restos que a nadie parecían importarle. Cruce la ciudad
hasta llegar al depósito. Un amable hombre me atendió, acompañándome hasta la
sala donde podría ver a aquel hombre, ya en el interior un escalofrió me
estremeció pero no desistí…Quería verlo, deseaba con todas mis fuerzas que no
fuera el. La cámara se abrió y el cuerpo estaba delante de mí, contuve la
reparación, desgraciadamente si lo era, aunque solo lo había visto aquella
noche, lo sabía era él.
-Dígame llevaba documentación encima-, le pregunté al amable
señor
-Si, ahora le daré sus pertenencias-, me contestó.
Ya en el despacho me dijo:
-¿Es usted familiar?-
-No, no lo soy -
-Está bien no importa, de todas formas nadie ha venido a reclamar
sus restos-
Cogí la bolsa negra y me dirigí a casa. Apretaba la bolsa
junto al corazón emocionada, volviendo a sentirlo cerca. Subí las escaleras tan
aprisa que me faltaba la respiración. Abrí la puerta, colgué el abrigo y me
senté junto al fuego. Al fin abrí la bolsa, un abrigo viejo, zapatos, nada que
me diera ninguna pista del porque estaba allí en mi ciudad el día de su muerte,
me recline mirando las llamas extinguirse cuando algo me llevo a buscar en los
bolsillos del abrigo. Allí olvidado por el tiempo un sobre con un nombre Genoveva.
¿Cómo había sabido mi nombre?, la abrí apresurada y empecé a leerla, en ella me
contaba que su vida no había sido lo que esperaba…Al final me decía que me
había querido más en una noche de lo nunca había querido a nadie…Terminaba
diciendo:
-Sé que mis días están contados y que la muerte me ronda
pero antes quisiera decirte que me muero del sida, no sé cuando empezó si antes
o después de conocerte…Solo fue una noche pero tenía que decírtelo, espero que
me perdones como yo he intentado perdonarme…Soy un cobarde y aunque te he visto
en el puerto jamás me atreví a acercarme a ti. Si al final lees mi carta es que
habré fallecido…Solo te pido un último favor esparce mis cenizas cerca del
puerto donde tú y yo hicimos el amor.
Unas
lagrimas asomaron a mis ojos…Al día siguiente tras la incineración esparcí sus
cenizas cerca del puerto…Un poema de Benedetti acompaño aquellas
cenizas…Hagamos un trato, naturalmente era mi poema favorito.
Tras despertar aquella mañana me dirigí al hospital para
hacerme todas las pruebas del sida
Los resultados fueron positivos, era portadora pero no me
asusté, la vida es un largo camino hasta la muerte y yo no iba a ser diferente.
A partir de entonces iba solo de vez en cuando al puerto pero ya no miraba los
barcos sino a la gente pasear y como no, las puestas de sol, agradeciendo cada
día el poder ver todo aquello con ojos de la inocencia, pues como dijo Fellini:
“Jamás pierdas la inocencia”.
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