sábado, 30 de junio de 2012


La mujer que miraba la luna con gafas de sol
                                        La música, flotaba en el aire, procedente de algún lugar del patio de vecinos, las notas volaban de un lado a otro de la estancia, como mariposas multicolores, alegrando con su suave vuelo, mi atormentado corazón, el cual, 

preso de un miedo espantoso ante la vida, rogaba poder correr hacia atrás, solo unos cuantos años, cuando todo era luz. Pero… ¿cómo volver al pasado, quedarse en él, arropada por la seguridad de una mente que no me traicionara continuamente? El

desconocimiento del porqué de aquella depresión que me había cambiado la vida,  era mi eterna pregunta, a la cual contestaba todo el mundo.
             

-¡No te preocupes!, ¡esto pasará!, ¡ten paciencia!-
.                                      
Que fácil se ven los toros desde la barrera. Pero cuando la bestia está ante ti, grande, fuerte, negra… Escapar, huir, es lo más fácil, (el avestruz lo hace continuamente) pero para mí  no había escapatoria, ni salida, ante aquellas sombras sin rostro que
continuamente me llamaban. Las voces, resonaban en mi cerebro una y otra vez, tapaba mis oídos con las manos, pero eran tan persistentes, tan reales, siendo las únicas  compañeras que seguían mis pasos desde hacía tiempo. Atrapada en mi propia c
árcel, recorría con la mirada aquel lugar que había sido mi casa, donde había vivido tantas y tantas horas de dicha.  Ahora me sentía tan sola entre aquellas cuatro paredes que había perdido toda la intimidad, la complicidad que había adquirido
durante aquellos últimos años. Me sentía como una barca a la deriva, sin más sustento que un corazón roído por la desesperación y el caos. Pero lo peor era vivir con una completa desconocida (porqué yo no me reconocía en aquella otra piel, llamada
enfermedad mental). ¿Qué había sido de mis amigos?, ¿de los recuerdos?, ¿los colores?. En mi paleta de colores solo y únicamente, existía el negro…Lo saboreaba cada día, llegando incluso a oscurecer todos y cada uno de mis sueños perdidos en 
algún lugar de mi memoria, ahora de  difícil acceso… ¿Dónde estaba Carlos? ¿dónde, sus bondadosas promesas?. Ni tan siquiera…La voz…respondía a mis miles de preguntas   Siempre había estado en contra del llamado suicidio, ahora
empezaba a coquetear con él, como si fuera mi amante. Le dedicaba cada vez más mis inútiles horas de vida, con abrazos tenues y caricias cómplices. A falta de amigos incondicionales…Esos se esfumaron igual que burbujas de jabón… Mi mundo
giraba a mi alrededor sin ningún  aliciente…Me levantaba, desayunaba con medicación, comida con medicación, cena con medicación…Entre medias intentaba vivir sin lograrlo. Ahora comprendía la palabra “caos” bajo todas y cada una de sus
silabas… ¿Donde estaba Dios? En aquellos momentos no creía en nada ni en nadie…Cadáveres, quizás, yo muy a mi pesar con vida, era uno de esos cadáveres vivientes que deambulan  por el mundo de puntillas… ¡No! ¡No!, no quiero vivir así
privada de toda sensibilidad

                                           ¡Extirparme este cáncer que llevo dentro!

                                           Derrotada caí al fondo del abismo…No se qué hora era cuando me desperté de aquel trance, en el suelo sin más abrigo que el frio mármol, con los huesos entumecidos, me ayude de una silla para levantarme cuando en las

noticias de las nueve daban una  que me sonaba familiar…Joven de treinta y pocos se precipita al vacío desde un cuarto piso…Porqué yo no tenía fuerzas para hacer lo mismo


.                        
Me acerqué a la cocina, con la esperanza de encontrar un poco de cafeína y así intentar despistar a la melancolía. Todo estaba igual que antaño sin embargo un frio glacial paralizaba mis músculos incapaces de sentir la vida (esa misma, que se me
escurría por entre los dedos, como granos de arena). Alargué la mano hacia los cristales para sentir el calor del sol, pero no sentí nada, caí desesperada sobre una silla buscando algún recuerdo, pero como las musas para los escritores las mías se
habían ido para no volver. La cafetera estaba donde la había dejado hacia unos meses antes de mi ingreso, sobre la encimera, como esperando que alguien compartiera con ella una taza de café. La llené de agua puse un poco de café que quedaba y me
senté para esperar la magia que produce la cafeína, el primer sorbo lo saboreé con tanto entusiasmo que enseguida me sentí transportada hacia viejos y recónditos recuerdos de antaño cuando toda la familia nos reuníamos en la cocina y se olía a café,
tostadas recién hechas acompañado todo de la risa de una familia feliz. La realidad con su enorme peso me devolvió al presente. Otro fallido intento de reconciliarme con la vida se hacía añicos, no quería vivir de aquella manera -como un cadáver
viviente- Rodeada solo de inseguridades, indiferencia, desasosiego. Me asomé a la ventana para ver de cerca la vida, pero solo vi personas yendo y viniendo como autómatas, sin rumbo fijo. ¿Por qué no me unía a aquellas gentes para que me
arrastraran hacia un mar de esperanzas?  Así, sin más, bajé a la calle y me puse a la cola de la  gente,  esperando mi  oportunidad, como todo el mundo. Un viejo me dio la mano, estaba fría como el mármol, pero yo la acepté, como se acepta una última
oportunidad, caminé hasta no sentir mis piernas, recomponer fuerzas y continuar mí escapada de la realidad cotidiana. Esta, pronto me llevo de nuevo a mi casa, para tomarme la medicación que me había recetado mi psiquiatra, sin la cual ya no podría
vivir ¿vivir? ¡Qué paradoja…! Después de tomar una fruta, me acosté para intentar apaciguar mi  malogrado espíritu. Al rato, debí de quedarme dormida con ayuda de la medicación. Eran las seis de la tarde cuando desperté de la siesta, parecía que el
tiempo se hubiese detenido, lo cual agradecí, porque  me daba una pequeña tregua, mis pensamientos ya no eran tan destructivos e incluso tenía ganas de cambiar un poco aquella casa e intentar hacerla un poco más cálida con la ayuda de una mano de
pintura. El comedor que ahora tenía las paredes grises las cambiaria por un verde oliva, compraría alguna lamina de pintura impresionista, cambiaría el tapizado de los butacones por un estampado primaveral. Haría como un rinconcito alegre, donde
poder disfrutar de la vida…Cuando aprendiera a vivir nuevamente…
Ensimismada en mis contradictorios pensamientos de pronto recordé que no le había dicho a mi vecino del quinto que había regresado a casa. Subí hasta el quinto y llamé, pero parecía que hubiese nadie en casa, me disponía a bajar cuando una voz
débil dijo:
             
-¿Quién es?-
             
-Soy Alba tu vecina, contesté-
             
-Pasa la puerta está abierta- continuó la voz
             
Pasé al interior y allí sentado en una silla estaba Luis tapado con una manta.
             
-Perdona que no me levante-, me dijo
.            
-Hola Luis ¿Como estás?-, le contesté
             
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te fuiste?
             
-No me fui, tuve que ingresar en el hospital- le dije
             
-Si ya lo sé, me lo contó  Carlos cuando vino a despedirse de mí, pero siéntate mujer, las visitas son como un regalo para una persona como yo. Estoy unido a esta silla por un accidente de coche que tuve durante tu ingreso en el hospital.
             
-Vaya Luis lo siento mucho, nadie me había dicho nada-
             
-No pasa nada. Espero que ahora nos veamos más-
             
-Sí, eso espero-
-            
-Le di dos besos y me fui-.

.            
Bajé las escaleras pensando en cómo la vida, te paga a veces con un capricho del destino, aquel hombre tendría que vivir en una silla, dependiendo siempre de alguien para todo lo más elemental. Mi estancia en el hospital labia durado nueve meses y
en tan solo ese tiempo la vida de Luis había dado un giro de ciento veinte grados. Abrí la puerta del piso sin darme cuenta que allí, delante de mí, Carlos me sonreía. 
             
-¡Hola!, ¿cómo te encuentras?-, me preguntó
             
-¿Qué haces aquí?- le dije
             
-Tengo una llave no lo recuerdas-, me contestó
             
-¿Cómo has sabido que estaba en casa?-
             
-He llamado al hospital, me dijeron que te habían dado el alta-, respondió
             
-¿Qué quieres?-, le dije
             
-Nada, saber si estás bien-
             
-No, no lo estoy, pero eso ya lo sabes tú, ¿no?-
             
-Si pero necesito que me firmes estos papeles-
             
-¿De qué son?-
             
-Son los documentos del divorcio-
             
-Creo que ya hace mucho que nosotros estamos separados, justo hace nueve meses… ¿no es así? lo recuerdo porque fue casi la misma fecha de mi ingreso-.
             
-Por favor Alba no seas rencorosa y firma-
             
-Ahora se llama rencor, estás agotando mi paciencia
             
Paciencia sabia palabra, yo desgraciadamente tengo grandes dosis disponibles.
             
-Eres patética Alba, como siempre-
             
-No te servirán de nada tus palabras, en otro momento quizás me hubiesen hecho daño,  ahora si embargo me son indiferentes-
             
-Bueno me marcho, ya se pondrá mi abogado en contacto con el tuyo-
             
-Deja las llaves sobre la mesa-
             
-Adiós Alba, te mereces todo lo que te está pasando-
             
-Quizás algún día lo compruebes por ti mismo-.
             
-Cuando me quedé sola físicamente deseé con todas mis fuerzas gritar, pero de mi garganta solo salió un fallido intento.
             
Llamé a un restaurante chino para encargar la cena, el encargado me dijo que había un menú especial para dos personas, acepté sin mucho entusiasmo. A la media hora mi menú estaba sobre la mesa. Una idea paso por mi mente, ¿por qué no lo
compartía con Luis?
             
Por segunda vez en aquella tarde llamé a la puerta de mi vecino.
             
-Pase está abierto-, dijo Luis
             
-¿Luis, quieres cenar conmigo?-
             
-Sería un verdadero placer-, contestó
             
-Es comida china-, le dije esperando su aprobación
             
-Pero con la condición que no me obligues a utilizar palillos-, me dijo sonriendo
             
-Vale, otro día lo intentaremos-
             
Así sin más, dos solitarios se  encontraron para compartir una cena china. La vida a veces te brinda la oportunidad de conocer a tu prójimo.
             
Esa noche la luna plateada brilló con una fuerza cegadora. Colorín colorado este cuento ha terminado y aunque una enfermedad te puede condicionar jamás te debe impedir seguir viviendo. Y aunque la vida ya no me parecía de color de rosa, si que a
veces podría disfrutar del rosáceo de un atardecer.














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