Las lágrimas de Inés
Cuando
los primeros rayos de sol entraron por la ventana, me desperté en la silla
sobresaltada,
-¿Qué
había pasado?-
-¿Dónde
estaba?-
De
pronto recordé todo, el cigarrillo en el cenicero a medias, me devolvió a la
realidad, aturdida todavía volvieron sobre sus pasos los recuerdos de la noche
anterior, tú diciéndome:
-
Inés quiero hablar contigo-
Aquellas
palabras salieron de tú boca como la caricia del filo de un cuchillo, sabía que
algo pasaba, proseguiste:
-Llevo
un tiempo, queriéndote decir esto y ahora no tengo palabras, así que voy a
hacerlo sin adornos, ¡me voy!-
-¡No!,
¿porqué?-
- Tú
no tienes la culpa, me he enamorado de otra persona-
-¿Quién
es?-
-No
es nadie de nuestro entorno-
-¿Pero
porqué?-
-No
hay vuelta atrás-.
Vi
como preparaba tus cosas, impasible, casi inmóvil, las lagrimas se negaban a
salir y el estomago me daba punzadas.
-¡Vamos
a hablar!
Dije
casi como un suspiro, pero tú ya no me oías. Tras de ti, quedo una puerta
cerrada, una casa ahora tan vacía sin ti.
Nuestro amor había empezado en el instituto, desde entonces contra
viento y marea estábamos juntas, mis padres no lo entendieron y me negaron la
palabra, diciendo:
-¡Vuelve,
cuando recobres la cordura y el buen gusto!-
Nunca
lo entendí, debían de estar contentos por mí, estaba enamorada, ¿no es eso lo
que unos padres quieren para sus hijos?, pero no lo estaban, debí darme cuenta,
querían a alguien que siguiera con lo establecido y yo no era esa persona, pero
no paso nada, te tenía a ti y eso era
todo lo que anhelaba. Teníamos una casa en las afueras de la ciudad,
propiedad de tus padres, los cuales aceptaron nuestra relación sin objetar
nada, éramos tan felices la dos juntas, estudiábamos, leíamos, cocinábamos,
todo lo compartíamos. El mundo a nuestro alrededor no nos importaba,
-Y
ahora, ¿qué había pasado?, ¿dónde se habían marchado aquellas promesas?-
Me
había acostumbrado a ti, no sabía qué hacer.
Pasó el tiempo, y la depresión me cercó en
todo momento, hasta tenderme sus redes y atraparme en un pozo sin fondo, allí
todo era oscuridad y aunque de vez en cuando me rescataba tus recuerdos, ellos
me hundían más en el dolor de la perdida. Lloraba sin parar, mi cuerpo se
negaba a obedecerme, solo quería alimentarse de tu ausencia. Pero el tiempo
pasó y un día sin saber porqué, me arreglé, crucé la puerta, aquella que un día
cruzaste tú, para no volver. Salí a la calle, el sol me molestaba, los olores,
la gente, pero era la vida sin ti, lo que no podía soportar, mis pasos se
pararon en nuestro café y casi como una sonámbula me dirigí a nuestra mesa,
cuando levanté los ojos, vi que estaba ocupada, mi mirada tropezó con tu
mirada, estabas con un hombre, los dos cogidos de la mano, sentí que las
piernas me temblaban, no sabía qué hacer, las palabras no acudían a mi boca.
-¡Hola!,
Me
saludaste, pero yo no podía responderte, giré sobre mis pasos y salí corriendo,
huí hasta agotarme y me senté en un banco de una avenida cualquiera, junto a un
parque infantil, respiré con lentitud escondiendo mi rostro para llorar. De
repente alguien me dijo:
-¿Necesita
un pañuelo?-
Al
levantar la cara con los ojos llenos de lágrimas, vi dos ojos verdes que me
miraban preocupados.
-¡Sí!-
Contesté
y cogí el pañuelo.
-¿Puedo
hacer algo por usted?
-¡No!-
Conteste
a la pregunta, sequé mis lágrimas y sobreponiéndome le di las gracias. Me
levanté decidida y fui hasta la casa que había sido la nuestra, recogí mis
cosas y esa noche la pasé en un hotel, pues no quería volver a recordar lo que
tú ya habías olvidado.
La
muchacha de los ojos verdes me había devuelto la vida…, esta vida sin ti sería
dura, pero tenía que intentarlo.
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