sábado, 23 de junio de 2012


Las lágrimas de Inés


Cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana, me desperté en la silla sobresaltada,
-¿Qué había pasado?-
-¿Dónde estaba?-
De pronto recordé todo, el cigarrillo en el cenicero a medias, me devolvió a la realidad, aturdida todavía volvieron sobre sus pasos los recuerdos de la noche anterior, tú diciéndome:
- Inés quiero hablar contigo-
Aquellas palabras salieron de tú boca como la caricia del filo de un cuchillo, sabía que algo pasaba, proseguiste:
-Llevo un tiempo, queriéndote decir esto y ahora no tengo palabras, así que voy a hacerlo sin adornos, ¡me voy!-
-¡No!, ¿porqué?-
- Tú no tienes la culpa, me he enamorado de otra persona-
-¿Quién es?-
-No es nadie de nuestro entorno-
-¿Pero porqué?-
-No hay vuelta atrás-.
Vi como preparaba tus cosas, impasible, casi inmóvil, las lagrimas se negaban a salir y el estomago me daba punzadas.
-¡Vamos a hablar!
Dije casi como un suspiro, pero tú ya no me oías. Tras de ti, quedo una puerta cerrada, una casa ahora tan vacía sin ti.  Nuestro amor había empezado en el instituto, desde entonces contra viento y marea estábamos juntas, mis padres no lo entendieron y me negaron la palabra, diciendo:
-¡Vuelve, cuando recobres la cordura y el buen gusto!-
Nunca lo entendí, debían de estar contentos por mí, estaba enamorada, ¿no es eso lo que unos padres quieren para sus hijos?, pero no lo estaban, debí darme cuenta, querían a alguien que siguiera con lo establecido y yo no era esa persona, pero no paso nada, te tenía a ti y eso era  todo lo que anhelaba. Teníamos una casa en las afueras de la ciudad, propiedad de tus padres, los cuales aceptaron nuestra relación sin objetar nada, éramos tan felices la dos juntas, estudiábamos, leíamos, cocinábamos, todo lo compartíamos. El mundo a nuestro alrededor no nos importaba,
-Y ahora, ¿qué había pasado?, ¿dónde se habían marchado aquellas promesas?-
Me había acostumbrado a ti, no sabía qué hacer.
 Pasó el tiempo, y la depresión me cercó en todo momento, hasta tenderme sus redes y atraparme en un pozo sin fondo, allí todo era oscuridad y aunque de vez en cuando me rescataba tus recuerdos, ellos me hundían más en el dolor de la perdida. Lloraba sin parar, mi cuerpo se negaba a obedecerme, solo quería alimentarse de tu ausencia. Pero el tiempo pasó y un día sin saber porqué, me arreglé, crucé la puerta, aquella que un día cruzaste tú, para no volver. Salí a la calle, el sol me molestaba, los olores, la gente, pero era la vida sin ti, lo que no podía soportar, mis pasos se pararon en nuestro café y casi como una sonámbula me dirigí a nuestra mesa, cuando levanté los ojos, vi que estaba ocupada, mi mirada tropezó con tu mirada, estabas con un hombre, los dos cogidos de la mano, sentí que las piernas me temblaban, no sabía qué hacer, las palabras no acudían a mi boca.
-¡Hola!,
Me saludaste, pero yo no podía responderte, giré sobre mis pasos y salí corriendo, huí hasta agotarme y me senté en un banco de una avenida cualquiera, junto a un parque infantil, respiré con lentitud escondiendo mi rostro para llorar. De repente alguien me dijo:
-¿Necesita un pañuelo?-
Al levantar la cara con los ojos llenos de lágrimas, vi dos ojos verdes que me miraban preocupados.
-¡Sí!-
Contesté y cogí el pañuelo.
-¿Puedo hacer algo por usted?
-¡No!-
Conteste a la pregunta, sequé mis lágrimas y sobreponiéndome le di las gracias. Me levanté decidida y fui hasta la casa que había sido la nuestra, recogí mis cosas y esa noche la pasé en un hotel, pues no quería volver a recordar lo que tú ya habías olvidado.
La muchacha de los ojos verdes me había devuelto la vida…, esta vida sin ti sería dura, pero tenía que intentarlo.

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