Laura
contemplaba en un hospital como su marido se iba apagando poco a poco. Los
médicos no le daban ninguna esperanza de vida y mientras tanto las horas
pasaban largas. Ella mirándolo ahora pensaba en su vida en común, no sabía por
qué se había casado con él, cosas que pasan, lo eligió por sus manos, eran
suaves y cuando la acariciaban parecían mariposas volando sobre su piel.
Su ternura, la misma que desapareció sin saber a dónde había ido... Laura se
preguntaba por qué aguantó tanto tiempo a su lado, sin sentir nada, quizá la
rutina era lo que hizo que ella se dejase arrastrar.
Bueno,
pensó, aquello no iba a durar mucho. Se levantó y se dispuso a salir. Iría de
compras. Un vestido negro. Salió a la calle, estaban vacías, parecía un
fantasma. Caminó hasta encontrar una tienda abierta, entró y miró todos los
vestidos negros. Quería algo especial, que marcara una silueta que los años
habían sabido tratar. La dependienta le sacó uno muy ajustado, casi parecía su
segunda piel. Se miró en el espejo, era perfecto, con unos tacones más altos
parecería eso que ya hacía tiempo que había perdido: Una mujer. Se quitó el
vestido, se acercó al mostrador y lo pagó. Estaba contenta y no sabía bien por
qué. No quería volver al hospital, allí se sentía tan vacía... Se detuvo en un
bar y comió algo. Después pensó que tenía que volver al lado de su marido.
Entró
sin prisas, la habitación seguía igual, como si el tiempo se hubiera detenido.
Colgó el vestido en el armario. Era precioso. Se acercó junto a la cama de su
marido. No sabía qué hacer cuando, de repente, como si se tratara de un
espejismo, su marido abrió los ojos, la miró como la miraba al principio de su
relación, con esa mirada tierna tan peculiar, ella acercó su mano y cogió
la de su marido suavemente, acercó su cara a la suya, parecía como si tuviera
algo que decirle. “Dime” le dijo ella y él susurrando le dijo: “Laura, me queda
poco de vida. Me estoy muriendo. Hazme un ultimo regalo.” Ella le contestó:
“Naturalmente. Pídeme lo que quieras.” “Vida, quiero vida.” contestó él. Laura,
sin pensárselo, le dijo: “Si pudiera te daba la mía.” Al poco tiempo la mujer
perdió el conocimiento, los médicos no sabían qué es lo que había pasado, pero
Laura no reaccionaba. La ingresaron al lado de su marido. Cuando la mujer
volvió en sí, sintió la habitación fría, más fría que nunca. Ella estaba
acostada en la cama y su marido sentado a su lado. Estaba atónita,
desconcertada, sin fuerzas. Él parecía más vivo que nunca. ¿Qué había pasado?
¿Por qué aquel cambio?
Al
anochecer, Laura cogió la mano de su marido y le pidió un regalo. “¿Qué
quieres?”, dijo el marido, y ella respondió: “Vida, quiero vida.” A lo que él
le contestó: “No puedo mi amor, tú sabes que la vida es cuanto tengo y es
prestada.”
Las semanas pasaron y, sin saber por qué, Laura
dejó esta vida, del mismo modo que últimamente la había vivido, sin pasión. Su
marido recogió sus cosas del armario y vio un vestido negro. ¿De quién sería?
Lo acercó a su mujer y comprobó que era de su talla. La vistió. Al contemplarla
parecía dormida y el vestido le quedaba como un guante, estaba preciosa.
Entonces él pensó que nunca se lo había visto puesto y se preguntó por qué su
mujer lo tenía en el hospital. En ese momento decidió ponérselo para el
funeral.
El
día del funeral una amiga le preguntó de qué había muerto Laura. Él le
respondió: “Creo que por hacerme un regalo.”
Ya echaba de menos tus relatos. Siempre te invitan a pensar. Enhorabuena. Besos.
ResponderEliminarUn relato que deja ese saborcillo agridulce en los labios, cuando acabas de leerlo. O quizás, por mejor decir, uno de esos relatos que te dan vueltas en la cabeza durante todo el día, como si quisieras encontrarle algo, como si tuvieras la sensación de que debes volverlo a leer porque algo se te escapó...
ResponderEliminarY este tipo de relatos que hacen pensar y darle vueltas, me gustan.
Enhorabuena y un cordial abrazo.